Estas palabras fueron pronunciadas por José Grandinetti, en ocasión de la Fundación de la Escuela de Psicoanálisis del Borda, en su carácter de Director fundador.
Palabras de apertura para una Escuela que pretende la apertura de la palabra.
Cómo decirles de este momento nuestro, -que en algún punto suponemos el vuestro-, sin hacer de las palabras, sentencia, descargo, promesa.
Contar la fundación de una Escuela, equivale a fundarla en el sitio de nuestra lengua y con el estatuto que se tenga de la palabra.
Habrá quienes funden Escuelas, como si fuesen templos, verdades auténticas, congeladas. Allí la palabra será momia, la tradición sagrada.
Hablar en esos casos, implica una suerte de liturgia del ser, que convierte en sacerdote a quien lo encara. En la casa del Amo se repite que quiere el Amo que se haga.
La seguridad supuesta por el que acuerda, su enajenación deseante, la pérdida de la singularidad del Estilo, es el precio que se paga al querer evitar el dolor de existir por Nada. Atención que no hemos dicho “para nada”.
Claro que también se puede hacer de la palabra un síntoma destinado a evitarla, ese conocido saber del que no se quiere saber nada.
En esos lugares en que a las palabras se las lleva el viento, vuela fundamentalmente la consecuencia de ese volarse de las palabras, que es “La palabra”.
Cuando decimos que el saber de ese discurso no tiene consecuencias de “Palabra” nos estamos refiriendo al acontecimiento que implica dirigirse a la verdad en el acto de nombrarla.
Tal vez el postmodernismo con su teoría central de simulacro pueda decir acerca del saber que en la institucionalización de ese discurso se juega.
Que el discurso de la histeria vaya mas allá del cuerpo hasta organizarse en instituciones, en nada podrá asombrarnos, ya que no es propiedad de la histeria, sino del discurso, que como todo discurso tiende a encarnarse. Dicho de otro modo: no hay discurso que no sea de hablante.
¿Cómo serán las Escuelas que el discurso histérico lleva adelante?
Las suponemos dedicadas a sostenerse como objeto de amor al Padre.
Pasemos a quien se considera clásicamente el discurso propio de la enseñaza.
En él la palabra tiene también valor de nostalgia y el saber que se imparte, la vulgarización propia de la falta de Estilo. No es tanto la extensión quien produce la vulgarización como lo es la falta de Estilo.
Si la formación analítica dependiese del discurso universitario, el analista sería el agente de un saber acerca de lo universal. Narcisismo, Edipo y Castración, resultarían solo términos a ilustrar.
Graciosamente significativo nos resulta en tanto analistas, un discurso que como castigo al supuesto no saber, aparta al aprendiz del conjunto, poniendo la marca de ese límite, de esa ignorancia en las orejas de aquel a quien critica de usarlas.
Nada de pensar que el ser mal alumno prepare a un buen analista. No hay contradicción en esto. Al analista no lo prepara el discurso universitario. Aunque éste haya pretendido encontrar un agente que desde el acopio de saber lo autorice.
No importa tanto saber desde donde se parte, como hacia donde uno se dirige.
Que el discurso analítico haya emergido también de la relación de Freud con la Universidad –esto puede leerse en las confesiones de su autobiografía- no debe tomarse más que como contingencia, cosa que no puede decirse del discurso de la histeria, que para el psicoanálisis fue en relación a sus orígenes, una necesidad.
Suponer que una Escuela pueda sostenerse más allá de la histeria, que leemos en tanto discurso, como el producto sintomático, que la verdad del Amo ocupa en la universidad, quiere decir que si bien no estamos fuera de la producción de esos discursos, no tenemos en nuestro horizonte la misma relación que esos discursos mantienen con la verdad.
Fue necesario que el discurso del Amo pasase por la Universidad para que el discurso de la histeria lo pudiese cuestionar.
Freud fue testigo -a partir de su encuentro con Charcot y su posterior elaboración con Breuer- de la asociación, vía sugestión-hipnosis, del discurso del Amo con el de la universidad.
La pretensión del discurso del Amo, en ser sujeto de la verdad, lleva a la duplicación infinita del sujeto del discurso del Amo, que se fabrica en cadena en la universidad.
Es frente a esta generalización, que pretende un mismo nombre para todos, que la histeria se rebela, construyendo un saber que le hace síntoma al saber del amo en la universidad. La parálisis y las cegueras no serán ya como la academia de medicina manda, sin por eso dejar de decir algo de verdad.
Una Escuela ordenada más allá de la histeria, querrá decir una Escuela que no haga de su Causa –en tanto freudiana- ocasión de un Ideal.
No se tratará de convencer a nadie ni de ser guardianes de la verdad.
Es esta, la nuestra, una relación que tiene al deseo del analista como aspiración ética y no como moral.
Que la formación del analista participe del mismo carácter de imposible con el que Freud definía el analizar, no nos exime de responsabilidad.
Que tanto en Freud como en Lacan no exista la “feliz” idea de progreso no es razón para que no se pueda avanzar. Si no se puede avanzar volando, bueno será renguear.
Es en virtud de este viaje, más allá de los principios que rigen nuestra historia, nuestra histeria o nuestro conocimiento –y en favor de nuestro deseo de analistas- que decidimos fundar una Escuela que tenga la experiencia analítica del Inconsciente y a la conceptualización del Psicoanálisis como objetivo ético de sus miembros.
No traicionar nuestro deseo de analistas será nuestra alegría, hacerlo, nuestro malestar.
José Grandinetti
5 de mayo de 1989
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